Nadie
nos dijo que este mundo iba a ser tan complicado ni que teníamos que luchar
tanto por las cosas que queremos. Esta mañana me levanté con ganas de comerme
el mundo, dispuesta a poner el ipod y que sonasen las canciones que más me
gustaban con las que me parecían más sosas, las que te alegran el día y las que
necesitas cuando estás más de bajón y comienzas a encontrarle sentido a cada
palabra y a cada rima. Estaba dispuesta a mirar a todo el mundo a los ojos para
ver qué sienten, y es que soy así, una mujer observadora que cruza miradas en
el metro y en el tren. Estaba nerviosa por coger ese tren, no paraba de mirar
el reloj de la muñeca y el del móvil, no lo podía dejar pasar, no podía llegar
tarde, era muy importante. El chico que estaba apoyado en la máquina
expendedora parecía preocupado, hablaba con un pequeño hilo de voz con alguien
al otro lado del teléfono, tenía la mirada apagada y buscaba a alguien que le
dijera con los ojos: “tranquilo que va a ir todo bien, es una mala racha”.
Llegó el tren y subimos. El chico por la puerta de la derecha y yo por la puerta
de la izquierda. Finalmente se sentó enfrente. Lo siento, no voy a escuchar tu
conversación porque acaba de empezar mi canción favorita, no quiero dejar de
escucharla, pero te regalaré una mirada y una sonrisa si lo necesitas. Sus ojos
azules estaban apagados, no le gustaba lo que estaba escuchando y sentía dolor,
mucho dolor. Miraba buscando unos ojos con mirada penetrante que le calmasen.
Entramos en el túnel y no podía mirar por la ventana porque ya no había paisaje
pero sí puedo hacer algo bueno por alguien hoy, mirar a los ojos y sonreír. Puedes
estar contento, lo has conseguido. Y esos ojos azules volvieron a brillar con
fuerza. ¡Lástima que te tenga que decir adiós!
Foto: doblei.mx
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