A veces en la
vida te vas cruzando con personas que te van dejando pequeñas marcas o que van
ahondando como si de pequeñas heridas en el cuerpo se tratasen. Hablas,
conoces, sientes. No te das cuentas que pueden ser importantes o que pueden
llegar a serlo hasta que un día desaparecen. No dejan pista o vagamente la van
dejando como para llamarte y que nunca te sueltes de su mano. Esa sensación de
vacío que deja en el alma y ese enfado que te entra porque no entiendes nada o
no quieres entender porque te faltan explicaciones, hasta que llega un día en
el cuál tu recuerdo vuelve a aparecer y sientes ese hormigueo en el estómago y
esa rabia contenida que quiere salir por tanto tiempo pero que no sale…
El perdón y
las palabras de arrepentimiento que no quieres aceptar por el enfado de tanto
tiempo reprimido pero que desde lo más profundo de tu ser hay algo que te dice:
“Estabas deseando que volviera
porque no puedes olvidarte y has estado esperando a la misma hora cada noche
como hacías para que ahora seas tú quién cierre la puerta, no seas tonta”.
La puerta
nunca se cerró y se volvió a abrir… Cierto, trucaste la cerradura para que no
se cerrara del todo y volviese a entrar. ¿Qué pícara, no? Esa sonrisa y esas
ganas que no desaparecen porque realmente te encanta y no quieres que se vuelva
a marchar.
Foto: EP Mundo
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